Derecho y Cambio Social

 
 

 

SHAKESPEARE Y NUESTRA CRISIS EN LA JUSTICIA, HOY

Roberto G. MacLean


 

¡Quién lo hubiera dicho! Shakespeare metiéndose en asuntos peruanos en pleno siglo XXI, cómo si alguien lo hubiera invitado, o  supiera más de derecho que tanto abogado, juez, legislador y jurista en el Perú, que sostienen lo contrario, y a diferencia de él, conocen mejor el Perú de hoy y viven de cerca la realidad de nuestros tribunales. Pero, así son los gringos de entrometidos y hay que pararlos de una vez por todas.

El Mercader de Venecia que está en cartelera, con Al Pacino en el papel protagónico de Shylock, es la mejor versión e interpretación que he visto. La historia central es la de un comerciante que necesita dinero en efectivo, pide un préstamo, no paga puntualmente, el acreedor se pone intransigente exigiendo cobrarse una libra de carne del cuerpo del deudor –que estúpidamente había exigido en el contrato y, más estúpidamente aún, el deudor había aceptado- y ante el incumplimiento de pago lleva su causa a la justicia. Cuando el abogado del deudor demuestra que está dispuesto a pagarle el triple por la tardanza en el pago, el acreedor se niega y exige perentoriamente su porción de la carne. El abogado del deudor encuentra el texto de una ley que si bien no impide cobrarse con la carne, convierte en crimen el intentar sacarle una gota de sangre. La Justicia con  sabiduría desestima su demanda y, por haber atentado contra la vida del deudor, confisca sus bienes y para que aprenda la lección ¡Lo obliga a que abandone su fe judía y se convierta al cristianismo! Todos aplauden con regocijo general por el Triunfo de la Justicia del Dux en Venecia, la gran potencia comercial del mundo en ese siglo. ¡Realmente grandioso y espectacular!

Pero, eso es apenas no la realidad, sino  nuestra percepción sesgada, prejuiciosa, y muy superficial, de lo que ocurrió, y que entonces, como hoy en el Perú, nadie vio o quiso ver bien, porque todavía no habían adquirido los ojos cívicos adecuados. Veamos: El acreedor, un acaudalado mercader veneciano, culto, elegante y refinado recibe de su joven y querido amigo Bassanio –sin trabajo conocido y sin fortuna- la solicitud de un préstamo que le permita cortejar a una rica heredera que le corresponde sus miradas de amor, y casarse con ella. Como el mercader tiene todas sus naves y mercaderías que transportan estas, en alta mar, no puede atender su solicitud por falta de efectivo. Ante insistencias de su amigo, tiene que recurrir, al banquero Shylock, un judío refugiado de las furiosas persecuciones antisemitas, en la próspera ciudad de Venecia que le permitió ejercer allí sus actividades financieras.

El problema delicado, sin embargo, era que por sabe Dios qué razones o circunstancias, cuando ambos se cruzaban en las calles o plaza principal, Antonio, el mercader había tenido varias veces la arrogancia de escupirle en la ropa y darle otras muestras de su  desprecio. Pero, de algún modo, le pareció más importante fomentar la pretensión de su amigo, por encima de sus posibilidades reales porque este no tenía oficio ni beneficio, que someterse a la incoherencia –e implícita soberbia- de solicitar un préstamo urgente a quien había tantas veces ofendido, sin antes pedirle perdón como el buen cristiano que aparentaba ser. La cláusula irracional en el contrato –para quien tiene la más remota idea de finanzas- no tenía pies ni cabeza, pero reflejaba, en la única forma posible de expresar su impotente humillación, la mala leche que le tenía guardada al arrogante mercader. Y el mercader, al firmarla reiteró su estúpida arrogancia. Cuando terminó el juicio con la sabia sentencia del Juez, y con el añadido de obligar al banquero a abandonar su fe y convertirse al cristianismo, había pronunciado un gran fallo de jurisprudencia, pero dejado el problema peor. La opción para los venecianos de entonces como para nosotros hoy es entre una justicia eficiente en tramitar problemas, y otra que los resuelva con eficiencia. ¿Cuál es la que queremos?

 

 


 

 


 


 

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