Derecho y Cambio Social

 
 

 

CAPACITACIÓN PARA UNA FUNCIÓN EFICIENTE
Intervención en el Conflicto Interfamiliar

Alejandra Palacios Banchero de Tinoco (*)

 


 

Siendo la violencia familiar, una manifestación aprendida; que tiene sus orígenes en costumbres, tradiciones y estilos educativos; que han sido transmitidas de generación en generación e interiorizados a través de modelos que se refuerzan dentro de la propia familia, la calle, los medios de comunicación; es difícil para cualquier persona entender este fenómeno en toda su extensión, pues no hay una sola causa, ni tampoco hay una sola solución.  

El personal que de una u otra forma interviene (policías, fiscales, abogados, jueces, médicos, psicólogos, trabajadores sociales, educadores), sin una preparación adecuada, es probable que estén prejuiciados por los mitos y creencias que hay en torno a la violencia familiar  y desconozcan la dinámica que está envuelta en este problema tan complejo.  

Es probable que conozcan la Legislación que ampara a la víctima y los valores que hay que transmitir para que las relaciones familiares sean más armónicas;  pero desconocen las características y las reales consecuencias de este comportamiento en la vida de estas personas.

Muchos prejuzgan la actitud de la víctima y no entiende sus reacciones. Pocos conocen  el estrés intenso y continuo al que están sometidas y todos los mecanismos que tienen que mover, para poder soportar la situación y no perder su integridad física y psicológica. No se entiende muchas veces por qué defiende o protege al agresor, por qué no lo abandona  o por qué inclusive, se siente culpable por una conducta de la cual no es responsable, ni tampoco entienden el por qué muchas veces desconfían de la persona que los atiende o de su actuación como funcionario. 

La persona que interviene en casos de violencia familiar debe tener un amplio conocimiento de este  fenómeno, estar libre de prejuicios y creencias, debe ser una persona de  mente abierta y  considerado en su trato. 

La capacitación por lo tanto, no solo debe estar enfocada en el conocimiento y manejo de la legislación vigente, es de suma importancia conocer la dinámica que está en juego dentro de este tipo de relación; es decir, conocer las consecuencias graves, gravísimas, reversibles y no reversibles que causan en la vida y la salud de las personas que la padecen.

Una atención orientada solo hacia el aspecto legal, donde se establecen acuerdos que muchas veces no son efectivos — pues la violencia no se puede conciliar ni tampoco se puede acordar solo el cese de la violencia y/o el maltrato —, no ataca ni resuelven el problema. El agresor probablemente recibe una sanción o se le separa del hogar o se  da una medida restrictiva, pero la víctima y el resto de la familia, difícilmente escapan al  juego de la violencia. Hay muchísimo mas dentro de este problema y el personal debe de estar preparado para manejarlo adecuada y eficientemente.

Desde un primer nivel de atención, en donde se reciba la denuncia, la persona encargada debe de entender que las reacciones de  ésta son reacciones normales a una situación anormal, y que por las condiciones de aislamiento, sugestión y manipulación, en la que se encuentra, debe de ser  escuchada con atención y simpatía;  pues le ha sido muy difícil romper el silencio y requiere de apoyo emocional y del establecimiento de redes que la soporten, para confiar en alguien, lograr rescatar su vida y buscar la autonomía e independencia que  perdió durante esta relación.

Conocer la dinámica de la violencia familiar, permitirá al trabajador mayor amplitud de criterio y dejar de lado las ideas,  los mitos, creencias y prejuicios que están tan arraigados entre nosotros y así afrontar con  realidades e información, los hechos y las reacciones de las personas que atiende.  

En la capacitación se debe incluir el aprendizaje de técnicas de comunicación, escucha activa y  de resolución de conflictos aplicados a las relaciones interfamiliares, pues un personal experto en estas técnicas podrá realizar un mejor abordaje y podrá aportar  mejores soluciones, atendiendo a las diferencias individuales y  a la gravedad de la situación.

La paciencia y la buena voluntad deben de primar en la atención de las víctimas, pues son personas que se encuentran bajo los efectos de un estrés intenso y en  situación desamparo, aislamiento y confusión. Las reacciones  de la víctima son muy similar a las reacciones que presentan los rehenes o sujetos secuestrados;  por lo tanto, la intervención debe de realizarse tomando en cuenta las características y consecuencias de estas situaciones tan particulares

En contraposición, está el agresor, que son personas que sin ser enfermos, no logran controlar su ira y presentan déficit en algunas áreas de su personalidad; son además excelente manipuladores emocionales y al igual que el alcohólico o el drogadicto, no reconocen la responsabilidad de su comportamiento y tienden a negar, minimizar o justificar o culpan a la víctima, a otras personas o las circunstancias por su conducta

Recordemos además, que la conducta violenta es cíclica y repetitiva. El agresor además, después de la descarga violenta de sus tensiones, entra a una fase de arrepentimiento y reconciliación en la que pide perdón y promete que la conducta no se va a repetir. Ante estas circunstancias, el funcionario, sin el suficiente conocimiento, puede creer que ha tenido éxito en su intervención y que la conducta no se volverá a repetir; pero esta falsa ilusión durará un tiempo. Sigue un nuevo ciclo de tensiones en el agresor, especialmente desde el momento que considera que está perdiendo el control sobre su pareja y el ciclo se vuelve a repetir una y otra vez y lastimosamente, en algunos casos, con desenlaces fatales.

La apreciación que se tiene de estas personas debe de estar libre de prejuicios y de generalizaciones. Existen muchos mitos, creencias y prejuicios sobre la violencia familiar y están muy arraigados en la población. El funcionario sin conocer las realidades de la dinámica de la violencia, puede estar prejuiciado y errar en sus apreciaciones y en sus juicios.

Es imprescindible buscar intenciones y no posiciones. La labor del funcionario es mediar en forma neutral, objetiva. No solo se debe tomar en cuenta los hechos narrados, es ir más allá y analizar lo que las partes nos comunican en sus gestos, en su tono de voz, en sus actitudes. También hay que tener presente las características de la violencia, las diferencias individuales y la gravedad de las consecuencias, para evitar malos entendidos y decisiones inadecuadas, sin dejar de lado el hecho de que la conducta presentada constituye una falta o un  delito. 

En la medida de lo posible, la atención debe abarcar a los otros miembros de la familia. Su opinión y propuestas (sean adultos o niños) son importantes para una mejor solución, pues todos los miembros de la familia están afectados de una u otra manera y cada percepción de la situación, incluyendo las emociones involucradas, son parte del problema y de la solución. Estas personas también son  víctimas de una situación habitualmente estresante y dolorosa que irremediablemente afectará su vida futura.

Una atención auxiliada por la evaluación de un experto hará que se eviten las generalizaciones y la asistencia o atención para la solución del conflicto familiar, será más objetiva, más imparcial y estará mas ajustada a la realidad.

Con frecuencia escuchamos decirle a un funcionario que tiene que mediar o conciliar en el caso antes de darle algún tipo de solución. La mayoría de personas que hacen esta labor solo tienen un conocimiento empírico o desconocen los procedimientos y  técnicas que deben emplearse para realizar esta labor. El funcionario que atiende estos casos es un mediador y un conciliador. Para ello debe haber una preparación técnica, pues de lo contrario causará mayores conflictos  y fracasará su intervención.

Lo ideal también sería capacitar al personal en técnicas de desarrollo personal, pues de acuerdo a un estudio que realizáramos en Perú (Palacios A., 2002), el perfil del trabajador que atiende casos en los que reiteradamente se tiene que interactuar con otras personas en función de ayuda y servicio, debe haber desarrollado ciertas capacidades y habilidades que le permitan actuar con eficiencia y tener éxito en la labor que realizan. Estas capacidades y habilidades tienen que ver con la inteligencia cognitiva y especialmente con la inteligencia emocional.

Se trata de lograr, a través de una capacitación dinámica y participativa, el aprendizaje de actitudes, habilidades y conductas que se traduzcan en el desarrollo de habilidades y destrezas y en cambio de actitudes y conductas.

Sin embargo, hay que tener siempre presente que existe la preocupación constante de que todo  aprendizaje que implica cambios en la organización de la propia vida, tiende a ser percibido como una amenaza. Es necesario estar preparado cuando surjan aquí y allá resistencias al cambio, algunas de ellas abiertas, otras sutiles y otras enmascaradas, que constituyen defensas o autoengaño inconscientes que le sirven al individuo para aminorar el estrés que le causa enfrentarse a una situación nueva y ajena a sus conceptos y a lo que tiene por costumbre y que significa una adaptación.

Por último, es prioritaria la información que se transmita al funcionario, sobre el estrés al que está expuesto el trabajador en la labor que realiza, pues las exigencias y presiones que tiene que manejar habitualmente, crea un estrés que puede afectar la vida y la salud de la persona, sus relaciones con su familia y compañeros de trabajo, la atención al usuario que solicita sus servicios y a la institución. Es el Síndrome de Burnout o “estar quemado” que surge con bastante frecuencia y que generalmente pasa desapercibido para la persona, la familia, los compañeros de trabajo y la institución.

La capacitación de la que hablamos es una que tiene como fin lograr que cada quien se responsabilice de su destino, se abra a la colaboración, cuestione sus metas, aclare sus objetivos y los de la institución, comprenda y acepte a la gente y libere sus capacidades de tal modo que se trabaje en equipo y que estos aumenten la eficiencia y sean creativos en la labor que desempeñan. Es un aprendizaje que origine cambios interiores que se reflejen en nuevas conductas.

La capacitación entonces debe estar diseñada para favorecer antes que nada al individuo, pues el éxito que logre el trabajador como persona, se reflejará en su función dentro de la institución, en su relación con los compañeros de trabajo, en la satisfacción del usuario al que le presta sus servicios y en el prestigio de la institución.

 

 


 

 


 

(*) Psicóloga Clínica y Comunitaria.

E-mail: alepsicon@yahoo.com

 


 

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